viernes, 11 de julio de 2014

Capítulo 18

Hacía tiempo que no encontraba entre las sábanas el descanso que buscaba. Llevaba semanas, quizá meses, con ataques espasmódicos, que le despertaban en mitad del sueño sin dejarla respirar y con el corazón a cien por hora. Los ataques de ansiedad no se presentaban solo por las noches, la asaltaban también de día, en cualquier momento.

Lo realmente terrorífico de un ataque de ansiedad es que es inesperado, te ataca por sorpresa, te asfixia con sus manos de acero cerrando tu garganta, te paraliza el corazón sin darte tiempo a reaccionar. Y al mismo tiempo, puedes verlo llegar, sientes cómo se acerca, cómo aumenta tu ritmo cardíaco, cómo alrededor de tus ojos empieza a extenderse la oscuridad. El ataque te aísla, te ancla al suelo dando bocanadas de aire, aire que se escapa de tu cuerpo, que está desapareciendo. Es como ahogarte en un mar sin agua. Te arde la garganta, tienes ganas de llorar pero las lágrimas no salen. Un ataque de ansiedad es como un "intento de", es una muerte que no es muerte del todo, es una asfixia que te deja un mínimo de aire para seguir viviendo y para poder seguir sufriendo. Tienes ganas de patalear, de gritar, de agitar la cabeza, pero una fuerza te lo impide. Estas atrapado en una estatua que es tu cuerpo, una cárcel. Sientes algo como nauseas, notas como se te duerme la boca, una sensación de hormigueo en los dientes. Quieres que se acabe ya. Ese sufrimiento es lo peor que un ser humano puede soportar, es un infarto ininterrumpido, es la muerte que viene de visita y se queda para mirarte con sus cuencas vacías y te dice que tienes que seguir viviendo y aguantando ese dolor mucho más. Porque durante un ataque de ansiedad sabes perfectamente lo que pasa. Eres consciente de lo que te está ocurriendo, sabes que se pasará y que volverás a la calma. Sabes que no te vas a morir por eso. Y la consciencia solo lo hace más tenebroso. Te arrebata la posibilidad de terminar con todo y te estampa en la cara esa realidad maldita, ese futuro oscuro que te absorbe y que te invita a seguir llorando a escondidas, que te asegura que la vida no es de color de rosa, que no te preocupes porque no te van a faltar los problemas.

Dura aproximadamente unos tres minutos, pero en él se te va media vida. Uno no sabe realmente cómo se acaba un ataque de ansiedad. Si se apaga poco a poco o se marcha como una inyección letal. Sólo sabes que te sientes más débil, que tiemblas, que parece que el mundo se ha venido abajo. De pronto puedes volver a respirar. 

Lo único que puede frenar el dolor de la ansiedad es un apretón de manos, un abrazo que te relaje el pulso. Compañía. Pues el peor enemigo de una mente atormentada y de un alma desquebrajada es la soledad.