martes, 10 de junio de 2014

Capítulo 15

" - ¿Conoce usted esos días en los que se ve todo de color rojo?

  - ¿Color rojo? Querrá decir negro.
  - No, se puede tener un día negro porque una se engorda o porque ha llovido demasiado, estás triste y nada más. Pero los días rojos son terribles, de repente se tiene miedo y no se sabe porqué. "

Uno puede tener mirada de tristeza, porque estar triste es un derecho universal. Pero hay niveles de tristeza, y ésta puede pasar de un mero estado de ánimo cualquiera, a ser una enfermedad infecciosa e incluso contagiosa. Por eso alguien triste tiene mirada triste, pero alguien enfermo de tristeza tiene la mirada vacía. Alguien puede tener un día negro, o un día rojo.
Y cuando los días rojos pasan a semanas rojas y las semanas a meses, ya pierdes la cuenta. Pierdes la cuenta, pierdes la cabeza, pierdes las ganas y pierdes la vida. Pierdes la belleza y lo pierdes todo.

- Tienes las manos destrozadas.

Ella ya no sabía si llovía al otro lado del cristal o que sus ojos ya se quedarían mojados para siempre. Cat le sostenía las manos en las suyas, más pequeñas y más suaves, y al contrario de lo que habría hecho con cualquier otra persona, no tenía ganas de retirarlas de un tirón. Se sentía incómodamente cómoda, por eso, la satisfacción de estar allí sentada, en casa de Cat (ni idea de en qué calle estaba, ni de qué piso era, si el portal era bonito o feo, no recordaba cómo había llegado hasta allí más que el olor a pan recién hecho y la sensación cálida en los zapatos), le hacía mirar forzosamente hacia otro lado. 

- ¿Por qué tienes las manos así? - le insistía.

Entonces se obligó a mirarse las manos. No recordaba que estuvieran así. Se encontró con las uñas rotas, mordidas, y los bordes de los dedos en carne viva. Algunas heridas incluso sangraban. 

- La verdad es que - no era capaz de hablar bien mirando los ojos oscuros de Cat, parecía que se la iban a tragar, pero bajar la vista hacia las manos le producía náuseas -... la verdad es que no me acuerdo. Yo tenía las manos bonitas... creo. Bueno bonitas a lo mejor no, pero no así. Antes tocaba el piano.

- ¿Antes? ¿Por qué lo dejaste?

- No lo dejé. Me dejó él a mí.

- No te entiendo - Cat se reía, ¿cómo podía reírse alguien en un momento como ese? ¿Y cómo podía a ella no molestarle que lo hiciera? 

- Pues... no sé. Sólo se fue. Se fueron las ganas que lo llamaban. Se fueron las mariposas en la tripa cada vez que acariciaba una tecla. Se fueron las manías de oler las partituras antes de tocarlas, de calentar los dedos con Hanon...

Pensando, recordó que también había dejado de tomar su helado de vainilla diario, había dejado de visitar a los gatos de al lado de casa, había dejado de escoger la ropa para el día siguiente, había dejado de pintarse la sombra negra en los ojos. Había dejado de cuidarse el pelo, de color azul eléctrico pero con las puntas estropeadas. Había dejado de ponerse ropa ajustada y de escuchar "mínimo cinco discos semanales".

Y había dejado de sonreír. Aunque todavía no se daba cuenta.

Texto: Desayuno con Diamantes

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